Por José Miguel Gándara C.

Como me gusta este pensador, aún reconociendo que se trataba de un hombre de talante conservador, supo ver tan diáfanamente lo que se nos venía encima. De cómo una decadencia cultural lleva aparejada, inexorablemente, una decadencia moral, política, económica, relacional, afectiva, ética……
Cuando camino por las calles de cualquiera de nuestras ciudades y me tropiezo con esto, confieso que siento la pulsión incontenible de llorar ante la mayor crisis de sentido y de humanidad, la que padecemos, desde la Segunda Guerra Mundial. ¿Dónde está el humanismo que nos prometieron los ilustrados, dónde sus lógicas consecuencias?


Estamos viviéndolo justamente los hombres de hoy, sin haberlo comprendido, ni siquiera de lejos, en todo su alcance. En lugar de un mundo tenemos una ciudad, un punto, en donde se compendia la vida de extensos países, que mientras tanto se marchitan. En lugar de un pueblo lleno de formas, creciendo con la tierra misma, tenemos un nuevo nómada, un parásito, el habitante de la gran urbe, hombre puramente a tenido a los hechos, hombre sin tradición, que se presenta en masas informes y fluctuantes; hombre sin religión, inteligente, improductivo, imbuido de una profunda aversión a la vida.
LA DECADENCIA DE OCCIDENTE. OSWALD SPENGLER
Y yo, si me permiten, añadiría, que imbuido también de una disimulada aversión a los demás y por sí mismos. Es como si hubiéramos alcanzado el límite más allá del cual la vida resulta insoportable, las presencias incómodas.
Hace unos días, una amiga del sur de Italia, habitante de una región de cuyo nombre no deseo acordarme; después de año y medio sin tener conocimiento ni comunicación alguna con ella (Sin raison d’ėtre conocida) , me advirtió de su visita a España, por si albergaba ilusión de verla y así poder saludarla. Pero mucho me temo que esperó sentada con un rictus de extrañeza en su corta estancia en mi ciudad, ya que el esperado encuentro no llegó a darse, pues un servidor yacía lloroso, cansado y exhausto en en esa improvisada mesa de trabajo en la que suelo escribir a altas horas de la madrugada. Un síntoma más de la decadencia social, cultural y humanística en la que languidecemos pomposamente. Las personas somos peones distribuidos en el tablero de la arbitrariedad ajena, y así una y otra vez. ¿Cómo quieren que no sea discípulo de Spengler? ¿Que no me agarre a él como a un hierro candente? Un peón de ajedrez es una pieza inerte, in animada, pero yo siento, amo, padezco, añoro, ¡¡¡maldita sea estoy vivo!!!
¿De qué modo puede sucumbir una cultura que no sea por su propia detención?